Alejandra Ccahuana (67) dejó su casa en Churcampa, para huir de las garras de Sendero Luminoso en los años 80. Junto a su esposo, el teniente gobernador José Ochoa, y sus cuatro hijas, viajaron desde el distrito de El Carmen hasta la selva central. Recorrieron más de 470 km. para refugiarse en una chacra.
Marcelina huyó del terrorismo hace 40 años con su esposo e hijos. Sus tres hijas y dos nietas han muerto en las garrar del terror.
“A mi esposo los terroristas lo golpearon. Casi lo matan. Escapamos con la ropa que llevábamos puesta. Mi Marcelina recién había nacido. Tendría tres días. Después todavía vinimos a Huancayo. Aquí con mi esposo éramos peones de doña Teófila Ñaña. Ella nos regaló este terreno”, cuenta Alejandra.
Los campesinos que huyeron de la violencia terrorista de Huancavelica y Ayacucho fueron asentándose en los cerros de Chilca, al sur de Huancayo, y así fundaron el barrio de Hualashuata, donde Alejandra vivía con sus nueve hijos. Hace 8 años falleció su esposo. “Nunca se recuperó. Paraba como loco. Seguramente porque lo golpearon en la cabeza”, dice.
Marcelina (38), incursionó en el comercio de cereales. “Como ya conocía el monte empecé a llevar morón, machca, maca molida. Hasta San Francisco llegaba con mi negocio”, cuenta.
Los paisanos de Alejandra llegaron hasta su vivienda para mostrar sus condolencias.
Su hija Marcelina también empezó con el comercio hacia la selva. Así habría llegado a alquilar un bar restaurante en San Miguel del Ene, en el corazón del Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem). El negocio prosperaba y llamó a sus hermanas Carmen Rosa Ochoa (28) y Diane Ochoa (24) para ayudarla a atender. Ambas viajaron con sus hijas Anyeli (01) y Luana (04), respectivamente. “Me llamaban seguido. Me mandaban dinerito también para mejorar la casa. Con esa plata he vaciado el piso, he hecho el hornito. Yo vendo comida en el Parque Peñaloza”, relata doña Alejandra.
Las tres hermanas volvieron a Huancayo para el Día de la Madre. Le llevaron a comer a su mamá. Le compraron colágeno para que le ayude a la curación de una lesión que había sufrido en el pie. “Me querían mucho. Acariciando mi carita se fueron. Bien, bien, me acariciaron. Vas a comer. Cuidado no comes”, recuerda y rompe en llanto Marcelina.
Juan Ochoa viajó hasta Pichari, en Cusco, para recoger los cuerpos de sus tres hermanas y de sus sobrinas menores. Llegó al local que había alquilado Marcelina.
“Está destrozado. Hay ambientes que están quemados. Mis hermanas están quemadas. A dos les han rociado gasolina cuando dormían con sus hijitas y les prendieron fuego. ¡Qué han hecho!”, dice Juan desde el otro lado del hilo telefónico. Los cinco ataúdes han sido donados por la Cruz Roja Internacional.
Lo que han informado las autoridades hasta el momento, sobre los autores de la masacre contra las 16 personas en el Vraem, es que se trataría del grupo narcoterrorista del camarada ‘José’. En el local dejaron panfletos “justificando” una “limpieza social”.
“Tenemos que limpiar el Vraem y el Perú de cuchipandas o prostíbulos, de orates, de degenerados homosexuales, de degeneradas lesbianas, de drogadictos, de individuos indisciplinados que no respeta a nadie (sic), de rateros, de secuestradores, de corruptos, de soplones, de espías, de infiltrados, de traidores, de excremento de perro, tipos como el ‘Gordo John’ de Pichari.”, firma el comité central del Militarizado Partido Comunista del Perú. Los delincuentes prendieron fuego en el negocio de Marcelina y dejaron pasquines del MPCP.
Los restos de los cinco integrantes de esta familia serán sepultados en Huancayo. Amigos y familiares realizan una colecta para comprar los nichos en el cementerio de Huayucachi o Sapallanga.
Las otras víctimas del ataque en Vizcatán del Ene son de la provincia de Tarma, del distrito de Tapo. Se trata de Edinson Gustavo Flores Medina (17) y Deter Leo Limaymanta Pérez (26), quienes viajaron a la selva de Junín para trabajar en el campo.
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